¿Cómo podría yo colaborar un poco con este pobre mundo? ¿Desde qué reglamento de palabras o signos actuar con acierto y efectividad? ¿Qué se necesita para abrir los ojos y estimar el radio de errores tan graves, de falacias tan grandes? ¿Por qué es posible hoy que aquellos que elaboran las guerras y atropellos desde sus palacetes desfilen tras los ídolos suplicando la paz? ¿Por qué tantísimo oro y mármol repulido en sus aposentos? ¿Para qué los sellos en sus dedos grasos? ¿Por qué el privilegio, siendo tan inicuos, de postizas prédicas? ¿Por qué el mayorazgo y la potestad para perdonar?
¿De quién será la culpa de que nada nos sea lo que habría de ser? ¿Quién hurtará a los entes su propia identidad? ¿Quién vedará al entorno sus lógicas secuencias? ¿A quién achacar el delito de que se pudran castas, comidas por las moscas, la hambruna y la flaqueza; a quién que se consuman seres –allá a lo lejos–, seres –aquí bien cerca–, sobre la indiferencia, mientras yo me atiborro o tú tiras el pan? ¿A quién incumbe y ceba tamaño desajuste? ¿Qué usura se encubre tras estos compromisos, furtivos y silentes, entre excelsitudes y sus abusadores? ¿Dónde estarán los límites entre burla y ley, entre argucia y verdad?
¿Quién proyecta el viento y sus leguas frecuentes; quién acota las playas y los acantilados y coloca alambradas en su escarpada faz? ¿Por qué no hemos sabido ser libres como el pájaro, que, de momento, aún transita el aire y vuela? ¿Para qué tantas hormas y tantas divisorias? ¿Quién demarca la ruta de los barcos; quién las olas que surcan cada mar? ¿Cuántos caciques sobran en cada dependencia? ¿Cuánta atención de menos? ¿Cuántos puestos de más?
¿Quién programa el futuro? ¿Quién obedece tanto a la ignorancia suma? ¿Quién nos aísla así? ¿Hacia dónde nos llevan? ¿Hacia qué ceguedad? ¿Hacia qué cerrazón nos conducen y abocan? ¿Por qué nos empeñamos en ser todos lo mismo, en trepar y crecer, en subir y pisar? ¿Quién nos ha aleccionado? ¿En qué seremos sabios o cautos o resueltos? ¿Quién tallará mañana la madera que quede? ¿Quién sabrá predecir la lluvia y el relámpago? ¿Quién recoger los frutos del manzano y la espiga? ¿Quién distinguir la flor del cardo y del rosal? ¿Acaso volveremos a ser como reptiles? Quiero decir: ¿quizá caeremos siempre tan bajos y arrastrados? ¿Es ese nuestro sino? ¿Apocarse y seguir? ¿Asumir y callar?
© Aurelio González Ovies
(La Nueva España, 18-03-2015)