Oculto en mis palabras los temores que me menguan y me acortan, a veces, propósitos y fes. Los recelos que nublan el esplendor que intuyo. Sinsabores y miedos que modelan mi carne, mi cuando y mis porqués. Miedo a las despedidas y al dolor insalvable, a las forzosas pérdidas. Miedo a los contratiempos que nos cambian de rumbo o nos desbarajustan la manera de ser. Y a las decepcionantes circunstancias que nos hurtan coraje y optimismo. Miedo a lo que es humano como vosotros, yo y el resto de los hombres, quebradizos, pequeños, incapaces de asir para siempre un después.
Las palabras me sirven, sin embargo, para romper barreras y escapar de mí mismo y alcanzar lo imprevisto y allí, permanecer. Para explorar solares que me son como ajenos por más que estén en mí. Para enterrar en ellas enseres y derrotas, épocas ya inservibles, armas que hoy son herrumbre, tesoros que descuidé. Me dotan de otra esencia y de otra libertad. Y comprendo mejor las grietas de este mundo, las culpas de estos siglos. Imagino que actúo como intenté y no pude. Y me extienden sus puentes los deseos ajenos, los vacíos inmensos, cuelgo cariño al llanto, llevo enseres al hambre, acerco agua a la sed.
Guardo en ellas amor y cuanto sé que es tuyo, cuanto entiendo que nunca jamás compartiré: aniversarios, risas, horas incandescentes, caricias, sueños, astros que nos reconocieron, noches insospechadas, caminos que me diste, flores que te arranqué. La alegría de tus ojos, mis manos hacia ti. Y en ellas te traduzco a mi modo y manera, te nombro como quiero sentirte y elevarte, como una mar muy plácida, como la luz de un verso, como montaña regia o como agua que baja de nieve que sembré. En ellas estarás mientras alguien las lea y susurre sus sílabas, durante muchos años sabrán cómo tratarte y anhelarán el ímpetu con el que un día te amé.
En las palabras viven todas mis rosas muertas. Las palabras son tiempo. Acudo a ellas y aspiro paisajes hermosísimos, episodios radiantes, futuro del ayer. Rescato las respuestas que fueron inhibidas, saneo los vendajes de los quietos difuntos, les desclavo sus penas, les recuerdo la piel. Inflamo las cenizas, carbonizo lo infame. En las palabras caben certezas como rocas, denuncias incontables, convicciones perpetuas. Las palabras son oro. Su irradiación me amplía. Las escribo y descanso y no importa morir. Definitivamente dichas. Definitivamente expuestas a otro parecer.
© Aurelio González Ovies
(La Nueva España, 15-04-2015)