En breve se terminan estas duras mañanas de asistir a la escuela. ¡Qué ganas de dormir hasta muy tarde y tener todo el día para jugar al guá o bajar a la playa! Aunque hoy me castigaron por borrar tantas veces con la goma mojada que hice un agujero en las dos hojas últimas de la libreta. Copié doscientas veces la palabra ‘borrico’ y estuve de rodillas con los brazos en cruz y cuatro enciclopedias en cada mano, mirando a la pizarra. No pisé ni el recreo. Pero al salir de clase, lo pasamos en grande, tiramos muchas piedras a la señal de tráfico y cruzamos los tubos de las alcantarillas. Y robamos dos fresas y los huevos de un nido de raitana.
Pedí a mis amigos que guarden el secreto. Y firmamos un pacto por si alguno se chiva. (El que pierda se encarga de conseguir seis grillos en menos de una hora. Y no vale excavar la cueva ni mearla). Si en mi casa se enteran de que el maestro riñe, me castigan también y me regañan: que por algo sería, que menudo mi ejemplo, que aún merezco más, que el maestro bien sabe lo que hace, que se acabó el pisar el parque por semana.
Y lo peor no es eso. Lo peor es que sepan que el sábado no fuimos tampoco al Catecismo. Que por fin terminamos la choza y decidimos quedar todos en ella y estrenarla. Y fumamos maleza en papel de periódico. Si lo aciertan, ¡entonces sí que sí! Que ni más cromos ni más contemplaciones. Y que, en todo el verano, no me acuerde de fiestas ni de helados. Ni de vueltas en bici ni otras patrañas.
No. Y lo peor no es eso. Lo peor de lo peor de lo peor es que enseguida marchamos de excursión muy, muy, muy lejos, a unas cuevas viejísimas, en Cantabria. Y por nada del mundo lo quisiera. Lo pasamos tan bien el otro año. Estuvimos en Siero y Covadonga. Cantamos todo el viaje. Y por la ventanilla, decíamos adiós a todo el que pasaba. ¡Qué bien se está cuando se está feliz! Comimos en un prado y cantaban los pájaros. Y la gente mayor también cantaba. Yo llevé una tortilla en una fiambrera con platos de colores y ensaladilla rusa y filetes de carne rebozada. Y bebimos gaseosa de limón. Y compramos postales y miel y caramelos y llaveros con gaitas y medallas. ¡Qué bien se está cuando se está tan bien y no nos duele nada!
© Aurelio González Ovies
(La Nueva España, 18-06-2015)