Hoy advierto algo más de lo que soy. Gracias, palabra. Los versos me han sabido aleccionar. Me han enseñado el mundo de otra forma, más por dentro y más a fondo, como desde un pecho ajeno, como desde un altozano. Con poemas en mí, caminé de la mano de una luz incorpórea que iba poniendo nombres a las cosas. Desde la hermosa etapa en que me entusiasmaban las libélulas y los picos astutos de los grajos. Desde los días aquellos en que olían a membrillo las tardes de septiembre y me daban tristeza los ovillos de lana y las ventanas viejas. Gracias, verbo. La poesía entonces ya me estaba esperando.
Lo que soy se lo debo a este largo camino que parte de un domingo de febrero desde mil novecientos sesenta y cuatro. A un pueblo no muy grande –entonces paraíso de extensión infinita– con casas a ambos lados de una senda de barro y escombro pisoteado, varado en un costado del Cantábrico. Un pueblo: gallineros y huertos, paneras y chamizos, caserías y pomares, patatales y ristras, antojanas y aperos, corredores y ropa, nabina y perejil, maíz y espantapájaros.
Pero cuántas más deudas he de reconocer. Cuánto deben mis ojos a las olas y al viento y a la niebla encendida y al rumbo de los barcos. Cuánto me iluminaron aquellos labradores que guiaban el carro y me hablaban de lunas y menguantes y acertijos de álgebra. Suyos serán mis versos con más hierba. Suyos también serán los poemas más humanos. Cuánto debe mi voz a la voz de los otros, a los que nos contaban cómo habían cambiado los años y la vida, a los que hacían el pan y repartían pescado, a la humildad tremenda que sangraba en las grietas de sus rostros y manos.
Cuánto, palabra, cuánto. Cuánto de lo que soy –mineral, carne, orvallo– lo soy, pero lo debo. A aquellos marineros que surcaban la paz de la mañana cuando aún no habitaba la tierra más que el tiempo. Y a aquellas enlutadas figuras del paisaje que igual tendían al verde que esparcían el guano. Cuánto soy de la mina y cuánto de la brea, cuánto de todos ellos. ¿Cuánto de mi mirada es heredad legítima? ¿Cuánto de lo que escribo se posa como el polen del árbol de mi origen y cuánto en realidad me brota a mí del alma?¿Y cuánto de mi canto da fe de lo que fueron o fe de lo que pasa? ¿Cuánto?
© Aurelio González Ovies
(La Nueva España, 17-07-2015)