Cantaré a los hombres con mi voz mientras pueda, desde este norte tan solo, cantaré toda la vida. Quiero que nuestras costas sean reconocidas, que todos los geógrafos hablen de esta cornisa. Quiero que nuestra tierra jamás sea olvidada. Quiero que el universo sepa cómo el Cantábrico levanta su bravura en las tardes de otoño. Y que su luz silvestre alcance todos los mapas y que todo el presente cale en nuestras orillas. Cantaré con orgullo a estas altas montañas y a estos bosques espesos y estas viejas encinas. Cantaré a los paisanos que apuntalan el verde y a las nobles mujeres que renuevan la brisa.
Mi tierra tiene campos por los cuatro costados y manzanos que brotan como novias altivas. Y gaviotas que cruzan la calma del verano y veleros muy lentos como años de infancia. Mi tierra huele aún a ganado y a cuadra. Y en el alba aún bosteza la leche cada día. Y se escuchan canciones cuando siegan y labran, cuando se hacen las camas y cuece la comida. Y no se han agotado ni el maíz ni el coraje y no han secado todas las fuentes todavía. Mas los caminos echan de menos caminantes y los pomares buscan su claridad antigua. Y están quedando huérfanas las ermitas y el pueblo. Pero habrá algún retorno que la mantenga viva.
Mi tierra aún está a tiempo de amparar su abundancia. Posee naturaleza y rebosa energía. Y atrae con sus colores de salud y fortaleza. Y sabe hablar por sí sola con palabras hermosísimas. Hay musgo y hay helechos y hay ríos y hay riberas. Y reverberan faros que guían a los muertos. Y repican las campanas en cada despedida. Mi tierra nutre caballos en los que galopa el viento y da pábulo al nordeste que ahuyenta la neblina.
Queda en mi tierra terreno para sembrar otro mundo y espacio para que nazcan la libertad y la estima. Porque mi tierra es de sangre fervorosa y porfiada. Sangre que discurre limpia por las venas de las minas. Mi tierra es de raza pura como la sal de la mar. Como el canto de los gallos que rasgan la amanecida. Y mira hacia el horizonte con la mirada bien fija, como la esposa que aguarda las lanchas que han de volver cuando el sol sobre las aguas destiñe y se precipita. Mi tierra espera. No cansa. Presiente que cualquier día será el merecido día.
(La Nueva España, 25-05-2016)