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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

EL CORREVERÁS


Iré a casa de los tíos. Mientras mi madre, que marcha de viaje, me mete en la puntera de los zapatos unas motas de algodón porque me quedan grandes, y mi padre que me habla del gentío de la feria, yo les pregunto: ¿y qué me vais a comprar? Y ella responde, muy convencida, como responde a menudo, un correverás, un guapo currivirás con cascabeles atrás, para que estés muy a gusto y tengas con quien jugar. Y yo me echaba a fantasear, idealizaba aquel corrivirás que nunca supe qué era y que no llegó jamás. ¿Sería como un gran caballo que me llevaría lejos con su ágil cabalgar? ¿Tal vez como una quimera, visible pero intocable, que solo se deja ver al empezar a soñar?

Un currivirás con una patina atrás. ¡Qué ilusión conseguir uno! ¡Cuántas veces me dijeron que me lo iban a traer! ¡Y cuántas me prometieron que, al volver, me entregarían el mejor corriverás! Y yo me lo imaginaba como un gusano gigante, con carrillones y esquilas; o parecido a un fantoche con muchas plumas brillantes y con los brazos de viento y los ojos muy abiertos como un mago talismán. Currivirás de colores, como un tiovivo hermoso, lleno de ideas flamantes y de cuentos y sorpresas, que giraba sin parar.

Un currivirás que ande p’alante y p’atrás. Y soñaba, como soñábamos antes, que soñábamos sin tregua a soñar hasta el final, soñábamos con lo que no conocíamos, con lo que nunca alcanzábamos, con lo que oíamos que otros poseían en abundancia sin apenas disfrutar. Soñábamos con la nieve o con viajar en el tren o con hacernos mayores o con libretas y lápices y libros sin estrenar. Pero el sueño más de a diario, el sueño que más soñábamos era el sueño de, por fin, abrazar la fantasía de un correverás real.

Un correverás y otro que tú hallarás, con una mano delante y otra detrás. Ya verás, ya verás qué bien te vas a entender con ese correverás. Y el curriverás se hacía esperar, y la esperanza crecía cada siempre un poco más. Y no veíamos la hora de tenerlo entre las manos, pues en la feria a la que iban no había puestos que vendieran ningún buen corrivirás. Pero en la próxima, sí, que a mi padre le anunciaban que en unas cuatro semanas recibirían mercancía y muchos correvirás, uno con dos cascabeles, otros con unas patitas y otros con manos delante y también manos detrás.

(La Nueva España, 19-01-2017)

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