ENTONCES uno comprende que para ser luz hay que ser camino, que el secreto es regresar siempre al origen, que somos, en la medida en que no renunciamos al vuelo, majestuosos por el batir del mundo con alas que nos fueron entregadas, como en un ritual que siempre nos acerca a nuestro acantilado y, desde allí, el mundo se parece a ese imperfecto espacio que la luz de los nuestros llenaba de dicha y trataba de pintarnos de colores para ahuyentar lo duro del vivir.
José Ignacio González