De bosque en bosque, de casa en casa. Unas semanas antes, para que hubiera espacio, para ser los mejores, para hacer una hoguera que llegara hasta el cielo, para que hasta la luna subieran nuestras llamas, buscábamos cartones, hierba seca, maderos, cajas de fruta, astillas, ropa vieja, ‘ramasca’. Recogíamos árboles, somieres y otros trastos, cualquier desecho o bártulo: mesitas, sillas, llantas. Todo era bueno y útil. Todo, entre aquello poco que entonces no valía y acaso se tiraba.
Era una fecha mágica, como Noche de Reyes. Empezaba el verano a despuntar sobre las dedaleras y los pálidos brezos. Terminaba la escuela, la mar nos esperaba. Era una noche única, hermosa, extraordinaria. El montón preparado. En el centro una estaca con algún amuleto: una rueda, un gabán, un barreño, una sábana. Encendíamos la hoguera tan pronto oscurecía y todo el vecindario rodeaba las llamas. El candor en los rostros. La luna en lo más alto. El júbilo en nosotros. La alegría desbordada.
Recuerdo a José Ángel, el de casa El Rechón, saltando con nosotros, a hombros, como un héroe. Y a los dos José Antonio, alimentando el fuego y arrimando las ascuas. Y a Blanquita y a Olvido y a mi madre y a Julia y a Belarmo y a Máxima. Los veo como eran, tan jóvenes y sanos, con tantos años menos, la vida por delante. Ay, la vida, qué rápida... Y recuerdo los cánticos y el olor a ceniza y los corros y bailes y el calor del cariño y el embrujo del agua. Y la voz poderosa de Manolo Cristina, conocido por Carras. Ay, la vida, qué trampa...
Cantábamos, gritábamos. Sin saberlo invocábamos a los dioses de siempre, a nuestra tierra fértil, a la perpetuidad, a la salud y al tiempo, al poder de las xanas. Todos allí presentes, unidos, convocados. Las huestes enemigas, los hados favorables. Cantábamos, gritábamos. A coger el trébole, el trébole, el trébole. / A coger el trébole los mis amores van. Sin entender qué trébole, sin pensar al cantar qué se cantaba: san Juan y la Magdalena / fueron juntos por melones / en medio del melonar / san Juan perdió los calzones. /Qué guapa eres, qué bien te están / la saya blanca y el delantal. Risas, jarana. Los regatos en flor, las angustias ardiendo. Pero la noche es corta, por más que sea mágica. Y el fuego muere y la noche acaba.
(La Nueva España, 21-06-2017)