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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

AQUELLOS PERSONAJES


Antón, Antón, Antón pirulero, cada cual, cada cual que atienda a su juego… Antón de Perfeuta, así le cantábamos, pero nada tenía que ver con él ni a él le importaba. De piel muy curtida, taciturno y solo; cigarro en los labios, boina ladeada, pañuelo de cuadros con pico asomando del bolso trasero, pantalón mahón, cinturón de cuero con zapico y piedra. Madrugaba tanto como el día mismo y andaba la vida, subía y bajaba con un carretillo y una guadaña. Era un hombre bueno, un paisano hecho de vino y bonanza. Hablaba consigo mismo, y cantaba, cuando entonces se cantaba.

No me acuerdo apenas de aquellos vecinos, Amparo y Cebales, era yo muy niño, yo empezaba a andar y ellos ya marchaban. Pero sí de Aurelio, que me hacía zambombas con piel de conejo y de su mujer, delgada y de luto, mi adorable Juana. Vinieron un día de Ciudad Real, cuando nuestra mina ofrecía trabajo. Querían a mi madre como a una hija. Montaban un puesto con pipas, galletas, cacahuetes, dulces y otras golosinas, cuando nuestro cine aún funcionaba. Aún veo a mi padre conmigo a la puerta, comprándome helados o algún carajito que vendía Engracia. Solíamos ir todos los domingos, al caer la tarde, sobre todo si ponían de Cantinflas o una del Oeste, cuánto le gustaban.

Rosal de Montero, alto como un muro, como un árbol recto, con su traje oscuro, igual que Manolo, el de Castañeo, y camisa blanca; el pelo peinado con la brillantina. El mosto el domingo, en Casa Pacita o en Casa Roces, después de la misa en la que rezaba en alto y cantaba. Igual que hacían, con su voz temblona que crujía en la iglesia, Lita y Epifania. La Bircha, sonriendo, siempre sonriendo, con su Vespa azul camino de casa. Lola Río y Álvaro, él con su borrico y las parihuelas, ella faenando desde bien temprano, con potas y fuego, con jabón o sábanas.

Fructuoso Venancio, arrastrando un poco aquel cuerpo grande y la mar al hombro, dentro de una ‘paxa’. Y las risotadas que echaba Cecilia, con tan buen talante y humor de por vida. Y los nietos todos de Lucía Charrasca. Y el tractor de Enrique, que pasaba siempre con la segadora y el taxi del Chato, el único que hubo por aquellos años en los que aún no sobraban máquinas. Y María y David y cuántos y cuántas…

(La Nueva España, 5-06-2017)

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