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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

RAMÓN, EL AVELLANERO (IN MEMORIAM)


Cuando llegues, Ramón, te pondrán las canciones de Albert Hammond y El Presi, La Pastorina, Nino, Cecilio, Albano, Abraira. Y olerá a romería el cielo engalanado, a pólvora y a hierba pisada por los jóvenes. A ropa nueva y verano, a banderines y a sidra. Y habrá, sin duda, gaitas. Sonarán también todos aquellos que escuchaste, noche tras noche, un día, de Manzaneda a Luanco, de Zeluán a La Ren, de Antromero a Laviana: Rafaela y su deje italiano y alegre, Jeanette con su ‘Yo soy rebelde’ y su chiquilla voz, Manolo con el carro robado y con su ‘Y viva España’.

No faltarán ni Víctor ni Los Bravos ni Los Brincos ni Camilo ni Ángela. Ni Peret ni Las Grecas ni Julio, Demi Roussos, ni Georgie Dann ni Dyango, ni Junior ni Juan Pardo, ni Aguilé ni El Puma ni aquel joven Roberto, cantando a Lady Laura. Y encenderás tu lámpara de gas, colocarás las ‘goxas’ encima de unas cajas y un grupo de muchachos acudirán nerviosos a comprarte discos de regaliz y relojes de plástico y colores y rosquillas de anís y avellanas tostadas.

Saldrán a recibirte tantos rostros de entonces, tantas parejas jóvenes que bailaron allí, en Perdones o en Viodo, en Verdicio o Ambiedes, en Cardo o en Santolaya… Que se amaron allí, a escondidas del mundo, entre el maíz de Podes, bajo la luna de Heres, en Fiame o en Romadonga, Zanzabornín o Endasa… Y juntarán luceros para encenderte el techo de una larga verbena, con popurrí y petardos, con tangos, pericotes, con corros y vengalas.

Y habrá estrellas fugaces y fuegos de artificio, como antaño, en Bañugues, en aquel prado en cuesta donde, si vuelvo atrás, aún percibo el bullicio y la jarana: el tiro al blanco lleno de chavales que apuntan a palillos con culebras de goma, llaveros de colmillos y cigarrillos sueltos y navajas. El carrusel en marcha. La tombolera que habla, infatigablemente, con megáfono en mano, y anima a que se acerquen y compren sus boletos porque siempre se gana. La sirena que anuncia que el vaivén coge impulso. Los restallones húmedos, las pistolas con corcho, el vaho que se escapa de la barraca. Y tú sentado allí, observándolo todo, como un guardián paciente, frente a tu suegra Encarna, muy cerca de Pacita, los tres con vuestro puesto, cada cual a lo suyo, como entonces, sin pugnas, sin envidias ni rabia. Que el más allá compense tu constancia.

(La Nueva España, 2-08-2017)

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