Copo -así nos reclamábamos los amigos que somos, porque sé que lo somos, lo seguiremos siendo y, en tu honor, nombraremos tu presencia en ausencia-, hoy, mirando hacia el cielo de una tarde de junio, una tarde sin más, una tarde cualquiera, en que las nubes pasan y jamás esperamos lo que puedan llevarse en el vacío que arrastran o en la noche que acecha, dedico estas palabras en nombre, lo aseguro, de muchos otros nombres; en nombre de tu Alfredo, de Julius, Víctor, Rai y de Beni y de Cardo y de Damián, Senén, de Óscar, y tú intuyes de qué inmenso etcétera.
Te escribo, te escribimos, porque fueron muchísimos los días, numerosos los años, unos muy largos treinta, en que no compartimos -es difícil empresa en esta empresa en la que la ambición distancia y, al menos, como humano sin pretensión de gloria, de escalafón ni tronos, corroe y envenena-, no compartimos más que momentos muy buenos, más que risas y luz, más que instantes brillantes, como noches con lunas muy límpidas y llenas. Doy fe. Y damos fe. Y mira que el trayecto no se hizo corto nunca: La Habana, El Machu Picchu, Mondariz, Delfos, Pontevedra y Atenas; y Portugal y Cangas, Vigo y Ferrol y Ampurias y A Coruña, sobre todo A Coruña, en casa de tu madre; A Coruña, con tu madre Marisa, cerca del Planetario, antes de Navidades, en Pla y Cancela... Y Feás y Cariño y aquel aserradero de los antepasados, donde caían los rayos del invierno y en invierno brotaban rosas de primavera; donde nos comentabas que una ceniza tuya, al menos una favila tuya, flotaría en el agua de la ría, desde donde botabas la barca don tu abuelo, frente a la geografía de Ortigueira.
Amigo Caramés, la tía Dolores, tu tía medio bruja, aquella que te hablaba de cuervos invisibles y de gatos maléficos, hizo posible esta partida sin dolores ni desazón ni ahogo ni adioses ni tristeza. La tía Dolores -o dos, tú sabes lo que digo-, el sueño o el azar, inesperado siempre, procuraron, pues, eso, que intentaras dormir y que, definitivamente, te echaras y durmieras. Reencuéntrate con todos los que nos esperáis, con los que, si es posible, en otra eternidad, disfrutaremos de otras circunstancias eternas. Pues eso, que descanses, de parte de Damián y de Beni y de Óscar y de Senén y Alfredo y de Julius y Víctor y de Rai y de Cardo y de Aurelio... Sit levis tibi aqua, que la tierra, "ya baila sola ella".
Fuente: La Nueva España » Cartas de los lectores » Tribuna - 19-06-2019
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