Población en ruinas en escenarios donde se impone la violencia y el odio
Mientras los disparos no dejen de oírse y hablemos de guerra cada amanecer y siga el comercio de tanques y armas y no nos importe la vida del uno, la muerte del otro, seguiremos siendo de muy ruin calaña, la peor de todas las especies vivas, la más egoísta, la más ambiciosa, la más miserable, fiera entre las fieras, raza de alimañas. Me lo dice todo lo que nos rodea, lo evidencia cuanto acontece siempre, lo denuncia el luto de cada noticia, el escalofrío de cada mirada.
El misil que surca la tez de la noche. La niña que busca entre los escombros. La madre que grita y también rastrea y aúlla y escarba. Las mil criaturas mil veces al día, con carencias miles, con mocos y heridas y moscas y fango. Poblados en ruinas tras la acometida, ciudades hundidas, aldeas en llamas. Me lo manifiestan masacres continuas, conflictos longevos, cuerpos fusilados, la tensión eterna de muchas regiones. La violencia, el odio. La sangre, que sobra, el pan que nos falta.
La ansiosa obsesión por los genocidios. El enfermo sino de aquellos que nunca conocieron nada. La intranquilidad que viven sin tregua. El desasosiego que los enflaquece. La tensión terrible que asalta sus sueños. Su pozo y su choza que carecen de agua. La injusticia, el riesgo, la opresión, el pánico. La impotencia enorme de perderlo todo. El amargo trago de quedarse solo. El desierto inmenso que aún les aguarda. La fatiga, el halo de la incertidumbre, la esterilidad que les cayó en suerte: la tierra, la lucha, la clara certeza de un "y así, mañana".
Son tantas imágenes las que me transmiten la escasez de amor, la altivez frondosa, la sed de atropello, el hambre y sus anclas. Las vacas escuálidas que lamen cemento. El perro sin dueños, la luz que no llega a los sanatorios, la sal que ni abunda para sal de lágrimas. La sordera, el pacto de los que nos rigen. Su hábil manejo para amedrentarnos, su sabio silencio en las amenazas. Son tantas conductas crueles y humillantes. Tantos los paisajes grises, moribundos. Campos desolados sin cielo ni pájaros. Familias que huyen, sin mirar atrás, de los cuatro plásticos que hacían de casa. Largas procesiones de expulsados seres que van al exilio. El dolor, la inquina, la misma condena, el látigo oculto de la imposición. Mientras sea así, nos traicionamos, no somos ni dignos de la estirpe humana.
(Fuente: La Nueva España, 2-02-24)
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