Ahora comprendo, más que nunca, qué intuiría Horacio al observar la tez de la belleza y sentirse pequeño, humano, poca cosa, en manos de la muerte. Más que nunca, ahora, aquí, frente a esta tarde lenta de primeros de agosto, cuando el sol va cayendo tras los fresnos y no se escuchan más que el graznido de un cuervo, los brazos de la brisa y un diálogo lejano de cencerros de bueyes. Aquí, ahora, más que nunca, descubro una nostalgia que perfila el volumen de los cuerpos, una honda perfección que irradia en mis sentidos su centelleo de herida, un pálpito agridulce, un reconocimiento de lo que soy apenas, presencia imperceptible entre lo más fugaz y lo muy breve.
Ahora sé por qué Ángel concluía: “poco de lo restante prevalece”. Porque a cualquier lugar de los que anduve, jamás retornaré jamás ya nunca; porque de aquello que fue mío algún día, ni un poco apenas ya me pertenece. Porque en cualquier crujido, en cualquier gota, en cualquier contraseña de la carne, confirmo la blandura de cuanto me conforma, vislumbro la materia que me mantiene en pie, descubro el parecido que tengo con la nieve. Y por qué Constantino sabía adivinar qué nos aguarda, que es sencillo preverlo, “se puede fácilmente”.
Ahora, sí, como en otros instantes de tanta plenitud, en otras circunstancias de perspicacia intensa, coincido con Valente. Nada de lo que existe ha de partir conmigo, ni un recuerdo ni un campo, ni una visión apenas, nada podemos, nada, “ni quedarnos, al menos, con una sola imagen no sujeta a la muerte”. Mas me engaño, me empeño en contrariarlo, me apropio del ensueño de Matheos, de la certeza aguda de su canto, confío en su palabra y en mi letra: “la mirada se posa serenamente en todo y el mundo se detiene, el verso se detiene”.
Aquí. Ahora. Bajo esta sensación de haber vivido muriendo tantas veces, comparto con Antonio la cantidad de pena que tantas veces llueve y la fraternidad con el relámpago y la ceguera clara, la sombra de esa luz que nos identifica oscuramente, su plática terrible con la melancolía. Creo que soy eterno ahora, aquí. Pienso que no hay dolor que pueda derribarme. Grito que no es posible dejarte atrás, perderte. Abro los ojos para no querer ver, caigo a la realidad. Repito en voz muy alta: “yo en tu lugar mentiría más dulcemente”.
(La Nueva España, 8-8-2020)
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